Razones biblicas para alabar a Maria


Algunas personas nos preguntan, ¿en qué parte de la Biblia dice que se puede venerar a la Santísima Virgen María? La Iglesia no necesita que la Biblia diga expresamente que debemos amar a María, nuestra purísima Madre, ya que desde antes de que se formara el Nuevo Testamento, los primeros cristianos le deban culto a la Madre de Dios, de lo cual hay documentación histórica. Aún así, para aquellos hermanos que exigen respuestas a través de la Sagrada Escritura, y no por la Sagrada Tradición de la Iglesia detallamos algumas razones bíblicas para amar y bendecir a la Virgen María.

Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. (Juan 19,26-27)
Una característica muy singular del Cuarto Evangelio es el empleo de diálogos como vehículo de pensamiento. Cuando en el Evangelio de Juan se presenta un diálogo, así sea brevísimo, es preciso poner atención: el autor está depositando a veces con claridad, a veces en forma enigmática o simbólica, una enseñanza teológica importante.

Las palabras que Jesús dirige a su madre y al discípulo son de aquellas que en este Evangelio deben comprenderse en dos niveles, en dos sentidos: uno superficial y otro profundo, donde se encuentran las intenciones doctrinales del autor.

Para Juan, durante la semana de la pasión tomaron parte personajes tipos, presentados mediante títulos de significado simbólico: “el Hijo del hombre” (12,23.34; 13,31), “la mujer” (19,26), “el discípulo a quien Jesús amaba” (13,23; 19,26), “el príncipe de este mundo” (12,31; 14,30; 16,11).

Este drama es la contrapartida del drama de los orígenes de la humanidad. Se libra un combate en el que el príncipe de este mundo (la antigua serpiente) será vencido (12,31), y el Hijo del hombre, el Hombre nuevo, elnuevo Adán, saldrá victorioso y atraerá a todos hacia sí (12,31;16,33). A esta obra grandiosa está asociada una mujer, que tiene misión de madre, una nueva Eva, principio de vida. Y, finalmente, surgirá una nueva descendencia fiel, representada por el discípulo amado de Jesús.

En otras palabras, el pasaje de Jn 19,25-27 fundamenta positivamente la doctrina según la cual “la Virgen María, madre de Jesús, es a la vez madre espiritual de la Iglesia, comunidad de todos los creyentes”.

Por lo tanto nosotros como hijos suyos la honramos y la amamos.

Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» (Lucas 1,28)
El saludo “alégrate” es una invitación al gozo mesiánico, la invitación que los profetas hacían a Jerusalén, la Hija de Sión, por la presencia de Dios en medio de su pueblo (Sof 3,14-15;Zac 2,14; 9,9; Jl 2,21-27; Is 12,6).

El ángel la llama "Llena-de-gracia", esta expresión, usada como nombre propio, denota un estado pleno y permanente de gracia y de favor divino.

Dios le da un nuevo nombre, toma posesión de ella de manera nueva, y con ese nombre le confiere una misión. Si es “Llena-de-gracia”, eso significa que la obra que Dios va a llevar a cabo por su conducto será ante todo y sobre todo una “gracia” de “amor misericordioso y gratuito”, será una extraordinaria iniciativa de amor de parte de Dios.

La fórmula “El Señor está contigo”, esencialmente bíblica, proclama la presencia de Dios en una persona llamada a realizar una vocación especial en la historia de salvación (Éx 3,12; Jue 6,12; Jr 1,8.19; 15,20). Tratándose ahora de María, en ella se cumple la visita mesiánica de Dios, por largo tiempo esperada.

Dios escogió a María para realizar la misión más importante en la historia de la salvación, llevar en su vientre al Hijo de Dios, si esto no es motivo de veneración, entonces, ¿qué lo es?

Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo». (Lucas 1,41)
Al saludo de María, ambos, madre e hijo, quedan llenos del Espíritu Santo. El brinco de gozo del niño en el seno de Isabel es como el saludo a su Señor, a su Mesías presente en el seno de María. Si esta escena es el encuentro de dos madres “María e Isabel”, es sobre todo el encuentro de dos hijos “Jesús y Juan”. Más aún, en la mente del evangelista, Isabel-Juan y María-Jesús es el encuentro y la continuidad de dos economías: la Antigua y la Nueva Alianza. La Antigua Alianza precede, por eso la primera anunciación es la de Juan; pero la Nueva Alianza lleva a plenitud la primera, por eso el Mesías viene en el seno de su madre a visitar a Isabel y a su hijo para que a su contacto “sean llenos de Espíritu Santo”.

Debemos notar que los hechos ocurren ante la presencia y después del saludo de María, al permitir que María entre en nuestra vida, María nos trae a Jesús, y consecuentemente nos lleva hacia una vida más llena del Espíritu Santo. Por eso nosotros al aceptar a María en nuestras vidas seguimos el ejemplo de Juan Bautista e Isabel que se gozan ante la presencia de María.

Y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? (Lucas 1,41-43)
La expresión “con gran voz”, más que indicar el tono de voz, quiere hacer resaltar la importancia de las palabras.

Isabel bendice a la madre y a su hijo. Isabel declara a María “bendita entre las mujeres”. Entre todas las mujeres ella es la más bendecida de Dios. Hay razón para ello: ella ha sido escogida para ser la madre del Señor.

Isabel reconoce como “su Señor” al niño concebido en el seno de María. Este hecho redunda en honor de la madre, por eso es saludada solemnemente como “la Madre de mi Señor”. El título “Señor”, con todo el alcance teológico de su significado, lo recibió Jesús en su glorificación, pero el evangelista se complace en tributárselo ya durante su vida terrestre (Lc 7,13; 10,1.39.41; 11,39; 12,42).

La alabanza a María en labios de Isabel es importante: subraya una vez más la fe que tuvo en una concepción virginal y es testimonio ya de la veneración naciente que la Iglesia primitiva comenzaba a tributar a “la Madre del Señor”.

 ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!(Lucas 1,42)
La Virgen María es proclamada “la creyente” (la que ha creído) y por eso se le declara “bienaventurada” (feliz). Con esto, Lucas ha querido subrayar un contraste: a Zacarías le faltó fe (1,20); María, en cambio, creyó. En Isabel brilla también una grande fe; ha sido dócil a los signos y está persuadida de que se cumplirá en María todo cuanto le ha sido dicho de parte de Dios.

Se la declara “bienaventurada” porque ella es la primera gratificada con la bendición divina ofrecida a aquellos que reciben con fe la Palabra de Dios (cf. Lc 11,28). María es, pues, un modelo de fe obediente para toda la Comunidad mesiánica.

Si alguien dice qué hacemos mal al bendecir a María, está equivocado pues fue el Espíritu Santo quien impulsó a Isabel a bendecir a la Santísima Madre de Jesús y Madre nuestra.

Entonces, ¿en dónde en la Biblia se habla de venerar a la Virgen? Los católicos, como auténticos cristianos, veneramos a la Virgen María siguiendo el ejemplo de esta mujer llena de Dios que es Isabel, la madre de Juan el Bautista.

Por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada. (Lucas 1,48)
La exclamación de María “¡He aquí que me proclamarán bienaventurada...!” es, en primer lugar, una alusión clara a su maternidad, ya que su expresión evoca el grito de Lía al saber que iba a dar un hijo a su esposo: “Bienaventurada yo, pues me proclamarán bienaventurada las mujeres” (Gn 30,13); y, en segundo lugar, pone de manifiesto su visión profética: las generaciones futuras hasta el fin de los tiempos la proclamarán bienaventurada por el hecho estupendo de ser “la madre del Mesías”.

No hay que olvidar que el Evangelio de Lucas se escribió hacia el año 75, el evangelista, al poner esta frase en labios de María, revela la veneración profunda que la Iglesia primitiva tributaba ya a la Madre del Señor.

Por estas razones bíblicas los católicos alabamos, veneramos, amamos y bendecimos a la Santa Madre de Dios y madre nuestra, y al hacerlo no hacemos otra cosa que cumplir esta profecía bíblica

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