EL ANUNCIO DE LA CONCEPCIÓN DE JESÚS
(Lucas 1,26-38)
Para elaborar el relato de la anunciación, Lucas se sirvió de una tradición que, en último término, no pudo venir sino de la Virgen María.

Se trata de un acontecimiento real e histórico: la concepción de Jesús, el Hijo de Dios. Fue ésta una inefable experiencia personal de María, que nadie pudo participar y nadie puede reproducir en sus detalles externos.

El evangelista nos presenta el hecho, con todo el contenido teológico que comporta, a través de un “diálogo” tejido a base de referencias bíblicas. Este género literario, empleado por Lucas, no es un midrash estrictamente hablando, pero sí tiene el estilo del midrash.

El relato presenta la siguiente estructura:

– Una introducción presenta a los personajes (vv. 26-27).

– Un diálogo se entabla entre el ángel y la Virgen María en tres interlocuciones: (vv. 28-38a).

– Un breve epílogo cierra la narración (v. 38b).

1. Escena y personajes (vv. 26-27)
26 Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
“En el sexto mes” después del anuncio a Zacarías y de la concepción de Juan, el mismo ángel Gabriel fue enviado de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret. Nazaret no es conocida por el Antiguo Testamento; debía ser un pequeño caserío, sin mayor importancia (Jn 1,46).

Gabriel ha sido enviado a una joven desposada con un hombre llamado José, de la familia de David. El nombre de la joven era María. La palabra griega “parthénos” significa una joven mujer virgen.

Esta joven-virgen estaba legalmente casada con José; sin embargo, todavía no llevaban vida en común (2,25; Mt 1,16.18). La ley judía permitía un lapso de tiempo entre el matrimonio y la entrada de la esposa en casa de su marido.

La doble alusión a María, “virgen” y a la vez “casada”, prepara la concepción virginal de Jesús, como la concepción milagrosa de Juan había sido preparada por el hecho de que Isabel era estéril y que Zacarías e Isabel fueran avanzados en edad.

2. El anuncio del ángel (vv. 28-38a)
Primera interlocución (vv. 28-29)
Gabriel
28 Y, entrando, le dijo:
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.
“¡Regocíjate!”.
El saludo “regocíjate, alégrate” es una invitación al gozo mesiánico, eco de la invitación que los profetas hacían a Jerusalén, la Hija de Sión, por la presencia de Dios en medio de su pueblo (Sof 3,14-15; Zac 2,14; 9,9; Jl 2,21-27; Is 12,6).

“Llena-de-gracia” (“Kejaritoméne”).
La expresión “Kejaritoméne”, usada como nombre propio, es un participio perfecto, el cual denota un estado pleno y permanente de gracia y de favor divino11. Es difícil dar de él una traducción adecuada. Algunas versiones traducen “favorecida”; otras prefieren el término tradicional “llena de gracia”. La Biblia de Jerusalén comenta: “Tú que has estado y sigues estando llena de favor divino”.

El vocablo griego “járis” esconde muy probablemente la palabra hebrea “jésed”, que significa “amor de misericordia”, o bien la palabra “jen” cuyo significado es “gracia, favor”. Pues bien, María es objeto del favor de Dios, permanentemente fiel. El amor de Dios la llena (cf. Cant 8,10; Est 2,17; 5,8; 7,3; 8,5).

Dado por el ángel, el nombre “Kejaritoméne” le viene, en realidad, de Dios. Dios le da un nuevo nombre, toma posesión de ella de manera nueva, y con ese nombre le confiere una misión. Si es “Llena- de-gracia”, eso significa que la obra que Dios va a llevar a cabo por su conducto será ante todo y sobre todo una “gracia” de “amor misericordioso y gratuito”, será una extraordinaria iniciativa de amor de parte de Dios.

“El Señor está contigo”.
Esta fórmula, esencialmente bíblica, proclama la presencia de Dios en una persona llamada a realizar una vocación especial en la historia salvífica (Éx 3,12; Jue 6,12; Jr 1,8.19; 15,20). Tratándose ahora de María, en ella se va a cumplir la visita mesiánica de Dios, por largo tiempo esperada.

El saludo del ángel, pues, está preñado de sentido y contiene en germen cuanto va a seguir.

María
29 Ella se conturbó por estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo.
En oposición a Zacarías, María no experimenta temor, pero su turbación es grande. El verbo griego utilizado por el evangelista así lo indica (cf. 1,12). María percibe en el saludo resonancias mesiánicas y siente que se trata de un llamamiento a cumplir una misión singular. Las palabras del mensajero divino ocultan un misterio que ella quisiera comprender.

Segunda interlocución (vv. 30-34).
Gabriel
30 El ángel le dijo:
“No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;
31 vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús.
32 Él será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;
33 reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”.
La palabra del ángel tendrá por objeto exponer el carácter mesiánico y davídico del Niño que va a ser concebido.

El ángel trata, ante todo, de tranquilizar a la Virgen María, como lo había hecho con Zacarías. La llama por su nombre “Mariam”.

Nada tiene que temer. La razón última de su tranquilidad es que el favor divino la acompaña. Ha encontrado gracia delante de Dios. Más aún, es objeto del amor misericordioso de Dios.

Prueba de todo ello es que “concebirá en el seno y dará a luz un hijo”12. La maternidad será el signo y la manifestación de la predilección misericordiosa y del favor de Dios. La palabra del ángel evoca el anuncio de nacimientos de personajes importantes de la historia bíblica: Ismael, Isaac, Sansón, y sobre todo Immanu-El (cf. Gn 16,11; 17,19; Jue 13,5-7; Is 7,14).

El nombre “Jesús”, que le dará su madre, no recibe aquí explicación. Pero no hace falta, se supone. Además, el tema de la “salvación” corre fuertemente a través del Evangelio de la Infancia (1,69.71.77; 2,30; 3,6); y en 2,11 se dice de Jesús que es un “Salvador”.

A continuación, el ángel descubre claramente, en cinco notas, la dignidad mesiánica del Niño que va a nacer: grande, hijo del Altísimo, heredero del trono de David, rey eterno sobre la Casa de Jacob, y con un reinado sin fin (cf. 2 Sm 7,12ss; Is 9,5-6; Miq 4,7; Dn 7,14).

El título “Hijo del Altísimo” no declara la filiación divina de Jesús. Es sólo un título mesiánico dado al rey, hijo de David, al estilo de 2 Sm 7,14 y de los Salmos 2,7; 89,27; 110,3.

Hasta aquí, el pensamiento del evangelista se ha mantenido en la línea de las promesas claramente formuladas por el Antiguo Testamento Dios va a gobernar, a través de su Mesías, sobre un nuevo Israel restaurado, y su gobierno será estable y perpetuo. El elemento nuevo es solamente que lo que era un anuncio y una esperanza para el porvenir más o menos lejano, va a encontrar ahora su realización inmediata y concreta en un hijo que va a ser concebido por María, que nacerá a su tiempo, y que llevará por nombre propio “Jesús” (“Yahveh salva”).

María
34 María respondió al ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?”
Esta pregunta de María es el foco de la escena, es la cuestión central13. La expresión “No conozco varón” es un eufemismo sexual, que expresa concretamente la situación de María en ese momento preciso. Ella, aunque casada ya con José, no ha tenido todavía relaciones conyugales, y se maravilla de que, en esas condiciones, se realice una concepción que ella comprende que debe ser inmediata.

Lo que María afirma con claridad es que ella es actualmente virgen. Su pregunta es el testimonio más evidente de la concepción virginal, que va tener lugar. A nivel del evangelista, es ya la tercera vez que insiste en presentar a María como “virgen”.

El v. 34 ¿incluye un voto o al menos un propósito de virginidad de parte de María? La interpretación tradicional así lo afirma15. Sin embargo, la expresión “no conozco varón” no implica por sí misma ni un propósito, ni menos un voto de perpetua virginidad. No hay que olvidar que es Lucas quien ha redactado esta página de teología. La intención de éste es la que debe interesar al exégeta.

La pregunta de María, formulada por el evangelista, tiene dos finalidades: indicar la situación concreta de María en el momento de la anunciación (que ella es virgen), y abrir camino a una revelación más completa del misterio de Jesús. En esta perspectiva, la pregunta de María juega un papel importante en el diálogo.

El ángel ha anunciado la concepción del Mesías (vv. 30-33); es necesario que él mismo anuncie ahora el modo virginal de esta concepción y el significado que lleva consigo. La cuestión de María sirve para provocar la pregunta del lector y prepara la siguiente etapa.

Se podría discutir si Lucas supone o no un propósito de virginidad en María, pero lo que no se puede poner en duda es su enseñanza formal, a saber: María era virgen –y ella lo dijo– cuando Dios la llamó a ser la madre del Mesías. Consagrada o no antes, ella se consagra ciertamente en este instante. Su consagración total y exclusiva a Dios siguió a la experiencia inefable, que Dios le concedió por pura gracia y por puro amor. Ella será en adelante y para siempre “la Virgen Madre”.

Tercera interlocución (vv. 35-38a)
Gabriel
35 El ángel le respondió:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el que ha de nacer será llamado santo, Hijo de Dios.
36 Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de la que se decía que era estéril,
37 porque no hay nada imposible para Dios”.
El v. 35 es la cumbre del diálogo entre el ángel y la Virgen María y el coronamiento de la exposición teológica del evangelista. La acción soberana del Espíritu de Dios, de sí misteriosa e inexplicable, hará fecundo el seno de María para que conciba y dé a luz al Mesías (1,31-33).

Esa acción fecundante se describe mediante dos imágenes vigorosas tomadas de la tradición bíblica.

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti”
La irrupción del Espíritu de Dios, que toma posesión de una persona para realizar a través de ella una obra salvífica, se encuentra con frecuencia en la Escritura (Nm 11,25-29; 1 Sm 10,6.10; 16,13: Is 32,15; 42,1; 61,1). Cuando se trata de la concepción del Mesías, el Hijo del Altísimo, es de esperarse que el Espíritu de Dios actúe con todo su poder.

“La Fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”
Esta expresión es menos frecuente que la anterior y por lo mismo más significativa. “Cubrir con su sombra” es una imagen que se emplea a propósito de la nube que llenó el tabernáculo (Éx 40,35).

También es un símbolo para describir la protección que Dios brinda a los que se acogen a Él; Dios es como un ave que abriga a sus pequeños: Sal 9,4; 140,8. Pero no sólo, sino que el ave antes ha cubierto ya con sus alas el nido de donde brotará la vida. Esto recuerda la imagen del Espíritu creador en los orígenes del mundo, comparado a un ave que incuba la materia informe para hacer brotar de allí la vida bajo las formas que pronuncie la Palabra divina (Gn 1,2).

En nuestro caso, el Espíritu Santo, que es la Fuerza del Altísimo, va a cubrir con su sombra a María para hacer brotar de ella una nueva vida. Al poner el evangelista estas expresiones en boca del ángel, quiere claramente insinuar que este Espíritu va a jugar el papel de principio creador y producirá la vida en el seno de María.

Lo que el Espíritu, soplo creador, hizo en los orígenes del mundo, lo va a obrar ahora en una virgen, produciendo en ella una concepción virginal. En la concepción de Jesús todo viene de la fuerza del Espíritu Santo. Se trata de una “creación nueva”, que va a comenzar. Además, cubierta por la Fuerza del Altísimo como por una sombra o nube divina, María se convertirá en el nuevo Templo en que Dios va a habitar.

Como consecuencia de la acción creadora del Espíritu en el seno de la Virgen María: “También el que va a nacer será llamado Santo, Hijo de Dios”.

Concebido por la virtud del Espíritu “Santo”, el ser que va a nacer será también llamado “Santo”; esto es, heredará el nombre divino: “El Santo” (Is 6,3). Además, será una criatura totalmente “consagrada” a Dios. La expresión “santo” declara la pertenencia absoluta y exclusiva del niño a Dios. “Santo”, atributo divino, es también uno de los términos más antiguos para designar la divinidad de Jesús (Hch 3,14; 4,27.30).

La apelación “Hijo de Dios”, según brota del examen leal del texto y del contexto, es lo esencial a los ojos de Lucas y es el término de toda su intención teológica.

Él había dicho en la primera parte del mensaje del ángel que el Niño sería llamado “Hijo del Altísimo”, esto es, que sería el Mesías (1,31-33). Ahora, en la segunda parte, declara que será llamado “Hijo de Dios”. Este título tiene un sentido totalmente nuevo y superior.

Concebido directamente por la acción del Espíritu Santo, sin la acción de un padre humano, Jesús es Hijo de Dios a título especial y exclusivo. El verbo hebreo “ser llamado” no indica solamente una denominación extrínseca, sino que expresa una realidad intrínseca: Jesús será el Hijo del Altísimo y será el Hijo de Dios.

La concepción virginal sin la acción de un padre, sino por la virtud divinamente fecunda del Espíritu, será signo sensible que manifieste una realidad todavía más profunda, un dato de la fe: Jesús es “Hijo de Dios” en un nivel ontológico. Por otra parte, cuando el evangelista escribe su obra deposita ya, en este título, el contenido pleno de su fe cristiana.

Una consideración más. Jesús no va a tener padre humano, como no lo tuvo Adán; y si Adán fue, en ese caso, jefe de raza, Jesús lo será también. Jesús es, pues, un nuevo Adán, un nuevo hombre. Él es un punto de partida, con él comienza una nueva generación, él da principio a una nueva humanidad.

“Y he aquí que Isabel, tu pariente...”.
El ángel da a María un signo: la concepción de Isabel “la estéril”, en su vejez. Esta señal no es porque María haya dudado, ni porque el ángel quiera fortificar su fe. Se le da un signo, porque ésa es una ley de las anunciaciones bíblicas (cf. Gn 15,2-11; Jue 6,36-40; Is 7,10-16), y sobre todo porque así se prepara la visitación (Lc 1,39-56).

“¡Nada hay imposible para Dios!”.
Ésta es una referencia al pasaje del Génesis, donde Yahveh asegura a Abraham que Sara, su mujer –aunque estéril y anciana–, va a dar a luz, porque “¿acaso habrá cosa alguna imposible para Dios?” (Gn 18,14 [LXX]). Si Dios hizo fecundo el seno estéril de Sara y de Isabel, avanzadas ya en edad, ¿no podrá producir admirablemente la vida en el seno de una virgen, sin el concurso de un varón?

Lucas ha construido un paralelismo entre la anunciación del nacimiento de Juan y la anunciación del nacimiento de Jesús para subrayar la superioridad de Jesús sobre Juan. La concepción virginal de Jesús cuadra entonces perfectamente. En el caso de Jesús, el poder de Dios vence no solamente la incapacidad de los padres de Juan (esterilidad y senectud), sino la ausencia completa de un padre humano.

María
38a Dijo María:
“¡He aquí la Esclava del Señor!
¡Hágase en mí según tu palabra!”.
Y el ángel, dejándola, se fue.
La expresión “la Esclava del Señor” no tiene primariamente una connotación sociológica (“sierva-esclava”). Esa expresión tiene ante todo un sentido religioso que brota del concepto profético-sapiencial de “los pobres de Yahveh”, que “humildes” y sencillos ponían su confianza en Dios y eran, a su vez, objeto particular del amor y de las predilecciones del Señor (Sof 2,3; 3,12-13a; Is 49,13; 66,2; Sal 22,27; 69,33-34; 74,19; 149,4).

María, la Sierva del Señor, evoca la figura del Siervo de Yahveh. Como él, ella quiere realizar en plenitud su llamamiento con una docilidad incondicional al querer de Dios. ¡Que se haga en ella lo que el Señor quiera! María no es una persona pasiva que sólo escucha, sino más bien una persona cuyo obediente consentimiento Dios espera para obrar en ella el portentoso misterio de la encarnación (Cf. Is 42,1-9; 49,1-3).18

El “¡Hágase!” de la Virgen María termina la escena. Este “fiat” no es la cumbre del relato, pero no por eso se debe minimizar la libertad y el mérito de su sí. Su grandeza aparece particularmente si María, advertida del misterio y sin percibir toda su profundidad y sus alcances, se entrega con un abandono generoso y sin reservas a las exigencias, fueren las que fueren, de la obra que Dios quiere realizar en ella. El “fiat” de María es la expresión de un acto profundo y sublime de fe, la cual es entrega total y sin reservas a la voluntad divina.

3. Epílogo (1,38b)
38b “Y el ángel, dejándola, se fue”.
El evangelista pone fin a su relato con gran austeridad. La finalidad del relato de la anunciación ha sido declarar que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios, y afirmar la libre colaboración de la Virgen María mediante su consentimiento a una concepción virginal.

La anunciación no se interesa primariamente de María sino de Jesús. Es un texto eminentemente cristológico. Ningún pasaje evangélico contiene tantos títulos mesiánicos como éste.

Sin embargo, María juega un papel de primera importancia en esta escena. Ella es el instrumento elegido por Dios para llevar a cabo el misterio inaudito de la encarnación de su Hijo. Y ella colaboró a su realización con toda su voluntad, con toda su libertad, con toda su fe y con todo su amor.

Además, en las perspectivas del evangelista, teólogo cristiano de la segunda generación, María le interesa ya no sólo como persona individual, sino como símbolo del creyente tanto de Israel como de la Iglesia. María la Virgen es una síntesis admirable de los pobres de espíritu, del Siervo de Yahveh, de la mujer fiel y entregada, y de Jerusalén, la Hija de Sión, Madre del Pueblo elegido y Depositaria venturosa de las promesas mesiánicas.


Salvador Carrillo Alday, M.Sp.S.
Libro: "El Evangelio según San Lucas"

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